Se dice que poco se habla de María en las Sagradas Escrituras. ¿Poco? Efectivamente, si la Escritura fuera pesada en kilos y los versículos contados. Pero ¿quiere Dios que pensemos así?
El Espíritu Santo mismo no es muy evocado en las Escrituras, pero los pocos pasajes que hablan de Él (por ejemplo, Mt 28:20) deben llevarnos a entender que Él es el igual del Padre y del Hijo, y que Él es Dios en persona. Así que tenemos que ir más allá de las apariencias.
Es importante buscar cómo comprender y profundizar, con la Iglesia (Hch. 8:31), todo el alcance de la Palabra de Dios. Jesús dijo, por ejemplo, que debemos juzgar al árbol por su fruto, y que la bondad del fruto es la medida de la bondad del árbol (Mt 7,20,12,33; Lc 6,43). Pero no puede haber mejor fruto que Jesús mismo. Y como Jesús es el fruto bendito (Lc 1, 42) del seno de este árbol extraordinario que es María, entonces sólo mirándolo a Él podemos tener una idea de la grandeza y de la bondad de la Madre de Dios... Volvamos a las Escrituras, ya que como lo resumió Hugues de San Víctor, lo cual retoma San Alfonso de Ligorio:
« A como es el cordero, es la madre, pues, al árbol se le conoce por su fruto. »