Desde el principio de la Iglesia los cristianos han invocado a María. Primero porque, como lo enseña la Biblia ( y en particular el Evangelio según San Lucas) la Virgen de Nazaret es la Madre de Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó en su seno virginal para la Salvación de la humanidad; luego, porque María es también nuestra Madre, desde que Jesús mismo, desde la Cruz, le confió al apóstol Juan y a través suyo, a todos los seres humanos que se reconocen hijos de Dios, haciendo de su Madre nuestra Madre universal (conf. Juan 19,26).
Una Madre universal y tiernamente amada
Hoy y siempre, en todas las latitudes del globo y en todas las culturas y lenguas, multitudes de hombres y mujeres de toda condición oran a la Virgen de Nazaret como a una Madre tierna y amada.
Basta descubrir el lugar de la Virgen María en la liturgia Católica como en la Ortodoxa o bien las oraciones marianas tales como los grandes himnos de la tradición más antigua de la Iglesia ( entre otros el famoso himno Acatisto del VI siglo) o la más conocida de las plegarias de todos los tiempos, la corona y su desarrollo, el Rosario, o el Magnificat comentado por el propio Martin Lutero, para la gloria de la Virgen, e incluso el despliegue en todos los dominios del arte consagrado a la Virgen (como los célebres íconos bizantinos,conocidos en el mundo entero), para medir la amplitud de este culto en toda la Cristiandad.
María es venerada: sólo Dios es adorado
Sin embargo, el culto que los cristianos rinden a la Virgen María no es de la misma naturaleza del que se rinde a Dios: María no es una divinidad que se adora; la adoración es debida sólo a Dios . María es una criatura que se venera. Por lo tanto, el culto que se rinde a la Virgen María es superior al de todos los otros santos, porque María de Nazaret es la única entre todas las criaturas que Dios hizo, que puede portar estos títulos de gloria:”Madre de Dios”, “Madre del Redentor”, “Madre de la Iglesia”, “Reina de Cielo y de la tierra”…
Y como lo ponen de manifiesto los santos y los Doctores de la Iglesia: María no guarda para ella los hijos que le son confiados: ella no cesa, por el contrario, de conducirlos a su Hijo, al punto que uno podría resumir la finalidad del culto hacia María en la Iglesia, con las siguientes palabras:
“ A Jesús por María”.