María se siente, en cuanto pueblo, como hijo de Dios.
El mensaje de Jesús abrirá con fuerza la relación filial colectiva a una relación filial de cada creyente con Dios; véase, p.ej., esta frase: "tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará" (Mt 6,6).
Más tarde, en las primeras comunidades cristianas se invocará a Dios con la palabra familiar "abbá" (Rm 8, 15), la empleada por el propio Jesús; el apóstol Pablo dirá que Dios nos ha destinado (Ef 1); y el cuarto evangelio enseña que a los que recibieron a la Palabra, esta los hizo capaces de ser hijos de Dios (Jo 1, 12).
La tradición, bebiendo en esta sensibilidad, cultiva en nosotros la conciencia filial; esta misma tradición presenta a María como hija de Dios Padre. El Vaticano II la designa también con esa palabra:
« redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e irrompible, está enriquecida con el sumo don y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y de ser por eso hija predilecta del Padre» (Vaticano II, Lumen gentium 53).
Llama la atención la expresión adverbial "por eso".
Podría entenderse del siguiente modo:
Primero, en cuanto que el don de la filiación nos llega a todos por medio de Cristo, así le habría llegado también a ella, a María. De Cristo procede para nosotros toda clase de bienes espirituales y celestiales (Ef 1,3), y especialmente el de la filiación: somos hijos en el Hijo; también a María la alcanza este don por medio de Cristo.
Segundo, la vinculación de María con Jesucristo es del todo singular: es su madre, es la Madre de Dios Hijo; se comprende, en consecuencia, que sea hija predilecta del Padre. La filiación la toca profundísimamente, en razón de la misión misma que se le confía.
Extraits de : Pablo LARGO DOMINGUEZ,
María, microcosmos de relaciones,
Ephemerides Mariologicae , Vol. 57, Nº. 1, 2007, pags. 67-100