Hipérboles del pasado
La Madre Ágreda († 1665) escribió una obra sobre María (Mística Ciudad de Dios) particularmente apreciable por varios conceptos; es, sin embargo, cierto halo de maravillosismo que envuelve el libro y esmalta sus páginas lo que causa problemas y lo que el lector debe soslayar o trascender. Dice la autora, entre otras muchas cosas que habrían sido privativas o casi privativas de María, que esta mística ciudad de Dios derramó lágrimas a poco de ser concebida; que la túnica que llevaba cuando salió del templo no se envejeció, ni manchó ; que, llegada a la edad de los 33 años, quedó estabilizada en ese punto de madurez, con una plenitud física ya inmarcesible; que experimentó en distintas ocasiones la visión beatífica, como si fuera un morador del cielo. Podemos deducir que su categoría de ser humano ha sido única: ella sola la llena, y los demás nos quedamos fuera.
En la Mística Ciudad de Dios falta la labor de una navaja crítica que separe especies y especies, a saber: fuentes evangélicas y fuentes apócrifas, valiosa teología franciscana e hipótesis o creencias innecesarias, historia y leyendas (que deben ser reconocidas expresamente como tales, pues pertenecen a otro género literario, por más que sean portadoras de cierta verdad y ciertos valores), razón que juzga y fantasía que hace pulular imágenes de todo género, sobriedad creyente y amplificación barroca.
Vaticano II
Durante la segunda etapa conciliar del último Concilio se debatió intensamente sobre cuál era la decisión más acertada: dedicar a María un documento independiente, o incluir la doctrina mariana en la Constitución sobre la Iglesia. El resultado de la votación fue el siguiente: favorables a la inclusión, 1114; contrarios, 1074; nulos, 5. La opción que prevaleció simbolizaba la voluntad de situarla dentro de esta Iglesia nuestra.
"Hermana nuestra"
«Está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados» (LG 53). Es una criatura humana, plasmada de esta misma frágil y maravillosa arcilla de que estamos hechos todos. Hubo un tiempo en que María no existió.Tiene unos padres, una familia, un pueblo, una tradición.
Como nosotros, María pasa por las distintas edades de la vida. Y no tiene la vida hecha ya de antemano. Es un ser humano que experimenta la flaqueza, el cansancio, el dolor (Lc 2,35) y la muerte; un ser humano que hace descubrimientos y que tiene también momentos o fases de perplejidad e incomprensión (Lc 2,41-51). Esto la hermana con nosotros.
En la presentación de Jesús en el templo, a los 40 días de nacer, sus padres llevan un par de tórtolas, o dos pichones (Lc 2,24): es la ofrenda de los pobres. La gente que vive por sus manos puede decir: "es hermana nuestra".
A María y las mujeres de su tiempo podemos referir lo que, un siglo más tarde, enseñaba el rabí Judá ben Ilay: «¡Alabado seas que no me hiciste mujer! »[1]. Se la considera una menor de edad, como niño que no ha llegado al uso de razón y no sabe distinguir el bien del mal, no podía estudiar la Torá, estaba sometida a rígidas normas de pureza legal, no tenía acceso al recinto de los varones en el Templo, el marido la podía repudiar. Se alababa a la mujer por sus virtudes, laboriosidad y ternura; pero se la menospreciaba como charlatana e inclinada a la superstición y la magia[2]. Lo mismo que los pobres pueden decir que María era una más de los suyos, también las mujeres, que han sufrido diversos tipos de discriminación, tienen derecho a declarar: "es una de nosotras"
[1] TosBer 7,18.
[2] Cf. A. RODRÍGUEZ CARMONA, La mujer en tiempos de María de Nazaret, en EphMar 55 (2005) 256.
Extractos de : Pablo LARGO DOMINGUEZ,
María, microcosmos de relaciones,
Ephemerides Mariologicae, ISSN 0425-1466, Vol. 57, Nº. 1, 2007, pags. 67-100