«A todos los que con una devoción apasionada buscan nuevas “epifanías” de la belleza, para hacer de ella un regalo al mundo en forma de creación artística».
La Iglesia nunca ha dejado de alimentar una gran estima por el arte como tal. En efecto, incluso más allá de sus expresiones típicamente religiosas, el arte, cuando es auténtico, tiene una profunda afinidad con el mundo de la fe, hasta el punto que, aun cuando la cultura se aleja considerablemente de la Iglesia, continúa constituyendo una especie de puente tendido hacia la experiencia religiosa.
Todo artista es, de alguna forma, una voz de la espera universal de una redención...
Porque su búsqueda de la belleza es fruto de una imaginación que va más allá de lo cotidiano, el arte es, por naturaleza, una especie de llamada al Misterio. Incluso cuando escruta las profundidades más oscuras del alma o los aspectos más turbadores del mal, el artista representa, de alguna forma, la voz de la espera universal de una redención.
Así se explica por qué la Iglesia establece un diálogo particular con el arte y por qué desea que se produzca, en nuestros días, una nueva alianza con los artistas. Creemos que tal colaboración suscita una nueva “epifanía” de la belleza en nuestro tiempo y aporta respuestas apropiadas a las exigencias de la comunidad cristiana.
(Fragmento del mensaje pontifical, durante el jubileo de los Artistas, Roma, 2000)
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