El arte cristiano se desarrolló primero en el Medio Oriente, cuna del cristianismo, y luego en el resto del Oriente. El Occidente le sigue un poco más tarde, pero a diferencia del Oriente, donde el arte sagrado permaneció bajo el signo de los iconos, el de Occidente se diversificó constantemente, gracias a influencias culturales diversas y al desarrollo del pensamiento.
Las primeras huellas del arte cristiano occidental se encuentran en las catacumbas romanas cavadas por los cristianos que huían de las persecusión imperial y quienes decoraban sus paredes subterráneas con frescos de escenas bíblicas. (1) Por otra parte, diversos objetos del arte cristiano oriental fueron transferidos en Occidente por los viajeros que entraban de Tierra Santa: traían sus frascos decorados, llenos de agua de Jerusalén o de otros lugares santos y plaquetas de marfil labradas que servían para la decoración. En cuanto a los primeros íconos, propiamente dicho, estos llegaron a Italia del Sur hacia el siglo XIII.
En el año 1000, un impulso nuevo en Occidente
Sin embargo, desde el año 1000, el arte romano cristiano toma forma en la arquitectura con la construcción de los monasterios y las iglesias con sus estampas, bajo relieves y esculturas con referencias a María. Las catedrales de Vezelay y Marmoutier en Francia o San Ambrosio en Milano serías algunas de esas joyas.
En esa época el estatuario mariano se desarrolla (cf La Virgen de Rocamadour o de Puy en Velay); las Vírgenes Negras (cuyo origen sigue siendo aun desconocido) comienzan a multiplicarse. Desde el siglo XII el arte mariano gótico aparece en el estatuario, por ejemplo, la Virgen con el Niño de Nuestra Señora de París y se desarrolla sobre todo en Alemania con las “hermosas Madonas”. El gótico, al inicio sobrio, se complica a partir de los siglos XIII y XIV y se convierte en flamboyante; es también el momento en que se desarrolla el arte de los vitrales.
Un giro espiritual en el arte del Renacimiento
En el siglo XV, a principios del Renacimiento y del humanismo primero en Italia y luego en toda Europa, la imagen de la Virgen se humaniza y acoge la belleza profana: un Fra Angélico pinta Vírgenes de mucho recogimiento, pero un Philippo Lippi se dedica más bien a la belleza exterior, así la Virgen parece una princesa del Renacimiento.
Después del “Quatrocento a la italiana”, se dibuja una tendencia a la reacción contra los excesos del humanismo; es la época de la “Contra-Reforma” (a mediados del siglo XVI) y del arte barroco: la Virgen es vista ante todo como la Reina del Cielo, una Mujer imponente, entre el Cielo y la Tierra, puesta sobre un pedestal o sobre una colmumna, como en Munich.
El siglo XIX en el arte se dará con abundancia de estilos diferentes al de las Vírgenes de Ingres, por ejemplo, (donde la perfección de la línea crea una cierta distancia abstracta) o a las de estilo sulpiciano (devocional) que se populariza.
Con la llegada del expresionismo (y luego del impresionismo), el arte del siglo XX se vuelve más subjetivo. El artista se proyecta en sus obras, la inspiración es menos religiosa. A pesar de todo, muchos artistas pintan y esculpen a la Virgen y la presentan en vitrales, cada uno según su propio estilo. De Picasso a Maurice Denis, de Rouant a Chagall, y muchos otros.
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(1) Así, en la catacumba de Priscilla (hacia el año 230) en Roma, se trajo a la luz un fresco que representa la Virgen María y el Niño con una estrella en la mano, aludiendo a la profecía de Balaam.
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