Cuando las carabelas de Cristóbal Colón fueron sorprendidas por la tormenta, él hizo la promesa de enviar un peregrino a Santa María de Loreto, “que estaba en Ancona, región de Marcas, tierra del Papa; a la casa donde Nuestra Señora hizo y todavía hace grandes milagros”.
León X publicó a favor de la Casa una célebre bula en la que primero exalta las glorias de este incomparable santuario y luego proclama los grandes, innumerables y continuos milagros que, por intercesión de María, obra Dios en esta iglesia.
El Papa Pío IX (Jean-Marie Mastaï Ferretti), en particular, encontró allí su curación.
Según sus historiadores desde su infancia, el joven Conde Juan-María Mastai Ferretti se había dedicado a la Virgen. “Mis padres”, le dijo una vez a un obispo francés, “solían hacer un viaje a la Santa Casa todos los años y llevarnos a mis hermanos y a mí; sin embargo, tan pronto como me anunciaron la salida, ya no dormí”. Apenas terminó la universidad, abrazó la carrera de armas para convertirse en un soldado defensor de la Santa Sede. Pero de repente le sobrevino una terrible enfermedad, la epilepsia; su salud se vio profundamente afectada; los médicos se declararon impotentes para combatir la enfermedad y anunciaron su inminente final.
El Papa Pío VII amaba a Mastai. Le preguntó, entonces, si había pensado en la santidad del estado religioso. El joven conde respondió que sí lo había pensado, sobre todo después del anuncio de la enfermedad que había agradado al Señor enviarle, pero que su salud actual le impedía este estado como también el de las armas. El Papa lo consoló y le aseguró que se curaría si aceptaba dedicarse por completo al servicio de Dios.
Animado por estas palabras, el joven conde emprendió la peregrinación a Loreto para implorar su curación, entró en la habitación de María y juró que si obtenía este favor, abrazaría el estado eclesiástico. La Virgen le respondió; fue completamente curado y regresó a Roma para convertirse en sacerdote. Tenía veintiún años.
Más tarde, Pío IX cumplirá magníficamente su deuda de gratitud con la Virgen proclamando ante el mundo el dogma de su Inmaculada Concepción.
A las gracias de curación se suman las gracias de conversión:
El señor Olier da testimonio: “Además de recibir la curación de mis ojos, recibí un gran deseo de oración. Fue el golpe más poderoso de mi conversión. En este lugar en que nací a la gracia María me hizo renacer para Dios, en el mismo lugar donde Ella engendró a Jesucristo”.
Por su parte, San José de Copertino tuvo una visión en la que los ángeles entraban en la casa con las manos llenas de gracias celestiales. Luego declaró a su compañero: “¡Mira y ve las misericordias de Dios que, como lluvia torrencial, inunda el santuario! ¡Oh lugar bendito! ¡Oh morada bendita! "