María es Madre de la Vida. Primero, por la Encarnación, acogió en su seno a Quien es la Vida misma, el Verbo divino “venido para darle la vida al mundo”. Luego, en el momento de la Pasión ella acogió, al pie de la Cruz, en el Gólgota, la maternidad universal en cada uno de los hijos de los hombres, que su Hijo crucificado le propone al mostrarle el apóstol Juan: “Ahí tienes a tu hijo”… (cf. Jn 19, 26).
María es centro de la cultura de vida, tanto en el plan natural como en el sobrenatural. Como madre del niño Jesús, conoce igual que otras madres la experiencia de la maternidad humana y de todo lo que implica el don de si-mismo y la educación cotidiana de un niño hasta su edad de hombre. ¿Acaso Jesús no vivió la vida de la Santa Familia en Nazaret durante treinta años? Como Madre de los hombres y de la Iglesia, María ejerce una maternidad espiritual sobre todos los que aceptan entrar en la alianza con su Hijo a través del bautismo cristiano.
De la misma manera, la contemplación de María y José, en el seno de la Santa Familia de Nazaret, ilumina con luz más profunda y renovada las vocaciones respectivas del hombre y de la mujer: María y José se amaban, y aunque su amor fue vivido en una castidad total, eran realmente esposos y vivían un matrimonio real de alma corazón. ¡Y sin embargo, cuántos obstáculos humanamente agotadores hubiesen podido romper tal amor!
Entonces, ¿cómo no dirigirnos de manera muy particular a María, madre, esposa, educadora y portadora de Quien es la Vida misma, especialmente en los problemas que conciernen la vida de familia, la educación, la acogida de la vida, la acogida del amor en la pareja?
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Equipo MDN