Hay dos episodios de la vida del niño que, en la presentación lucana, son estímulo e impulso para la reflexión de la madre: el del nacimiento y el de la peregrinación a Jerusalén con Jesús llegado a la edad de doce años.
En ambas ocasiones dice el evangelista que María guardaba todo aquello y le daba vueltas en su corazón. Como afirmaba J.Mª Alonso, «el corazón de María aparece como la cuna de toda la meditación cristiana sobre los misterios de Cristo»[1].
Jesús era un niño que le daba mucho que pensar a la madre. Dar que hacer y dar que pensar son "dones" que complican la vida, pero así es como la hacen rica y compleja. Si bien se mira, son verdaderos dones, o se prestan a ser tomados por tales.
Desconocemos los modos y tiempos, pero María recorre un camino de discipulado. [...] Entra en la escuela de Jesús, en la nueva familia de Jesús, y ahora sí que es discípula y es más a fondo y más en la entraña hija de su Hijo... hacia la cima de la propia verdad que el Padre le sigue regalando en Jesús.
Maria ama la verdad más que su propio mundo de ideas, no intenta inmunizarse frente a lo que pone en cuestión su forma de pensar.
[1] J.Mª ALONSO, Inmaculado Corazón, en Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, San Pablo, 20013) 944.
Extraits de : Pablo LARGO DOMINGUEZ,
María, microcosmos de relaciones,
Ephemerides Mariologicae , Vol. 57, Nº. 1, 2007, pags. 67-100