El fundamento de la devoción (en otras palabras de la piedad) a María la encontramos en los Evangelios mismos. Al leerlos atentamente, uno se percata que la Virgen de Nazaret figura todo a lo largo de ellos; aunque de forma velada y distante. En cambio, en los momentos decisivos y cruciales de la vida de su Hijo Jesús, el Verbo de Dios, el papel de María está explícito en los Evangelios.
Quienes reconocen la Biblia como un texto sagrado y fundacional, le otorgan a María respeto y honra
Por eso los cristianos católicos y ortodoxos no son los únicos en honrar a la Madre de Jesús: todos los que reconocen en la Biblia un texto sagrado y fundacional le deben respeto y honra. Es evidente que ese respeto hacia la Madre de Dios toma fuerza y una amplitud particular en la Iglesia; que después del alba de su fe en Cristo le ruega a su Madre con las mismas palabras del Angel Gabriel en las Escrituras: las del “Ave María” conocida universalmente y recitada por los cristianos de todo el mundo. El rosario, el Magníficat, las grandes oraciones de alabanza y los himnos como el Acatista son las oraciones más antiguas del patrimonio universal de la devoción mariana de la Iglesia.
La devoción a María está unida a la vida espiritual de la Iglesia
Ese tesoro de piedad se expresa, por otra parte, de múltiples formas en la Iglesia universal: las novenas a María, los objetos piadosos, (estatuas, imágenes y otros) los periodos de la semana o del calendario litúrgico, los lugares (capillas, santuarios, basílicas o catedrales) dedicados a la Virgen e incluso las consagraciones en su honor propuestas por los diferentes grupos espirituales que la han elegido como modelo de vida a lo largo de la historia de la cristiandad; muestran ampliamente a qué punto la devoción a María está unida a la vida espiritual de la Iglesia. Después del Concilio Vaticano II asistimos a una renovación de la piedad hacia María. Recordemos, de pasada, que fue precisamente durante este Concilio, el 21 de noviembre de 1964, que el Papa Paulo VI proclamó el magisterio de María como “Madre de la Iglesia”.
El Concilio Vaticano II reafirma la importancia de la devoción popular
El Concilio Vaticano II reafirmó la importancia de su devoción popular confirmando la legitimidad de las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos, frente a quienes tienden a eliminarlas de los santuarios. Ya que la piedad y la devoción hacia la Virgen no revelan sentimentalismo sino amor hacia Ella, Madre y modelo, que conduce a los hombres, sus hijos, a encontrar a Cristo. La piedad filial hacia la Madre de Jesús suscita en los cristianos, observa el Papa Juan Pablo II, “la firme decisión de imitar sus virtudes”.