Durante treinta años, Jesús vivió una existencia común al lado de María y José en Nazaret. San Luís-María Grignon de Montfort medita así acerca de esta realidad sorprendente y acerca de este tiempo que representa el noventa por ciento de la vida del Hijo de Dios en la tierra:
“Jesús no desdeñó encerrarse en el seno de la Santísima Virgen como un cautivo y un esclavo amoroso, y permanecer sumiso y obediente durante treinta años.
Fue aquí, lo repito, donde el espíritu humano se confunde, cuando reflexiona de manera muy seria sobre esta conducta de la Sabiduría encarnada, que no quiso, aunque lo hubiera podido hacer, darse a los hombres de manera directa, sino por la Santísima Virgen; que no quiso venir al mundo a la edad de un hombre perfecto, independiente de los demás, sino como un niño pobre y pequeño, dependiente de los cuidados y las atenciones de su santa Madre.
Esta Sabiduría infinita, que tenía un deseo inmenso de glorificar a Dios su Padre y de salvar a los hombres, no encontró manera más perfecta y más rápida para hacerlo que someterse en todo a la Santísima Virgen, no sólo durante los ocho, diez o quince primeros años de su vida, como los otros niños, sino durante treinta años. Y Le dio más gloria a Dios su Padre durante todo ese tiempo de sumisión y de dependencia a la Santísima Virgen, que la que Le hubiese dado utilizando estos treinta años para hacer prodigios, predicar por toda la tierra, convertir a todos los hombres.
¡Oh! ¡Cuánto glorifica uno a Dios al someterse a María, como lo hizo Jesús!
Teniendo ante los ojos un ejemplo tan visible y tan conocido de todos, ¿ seríamos tan insensatos para creer que podemos encontrar un camino más perfecto y más corto para glorificar a Dios que el de somisión a María, como lo hizo su Hijo?