Que la Virgen María haya sido saludada por el ángel Gabriel como “llena de gracias”, es suficiente para adivinar la dimensión de sus perfecciones. En efecto, La escogida de Dios, por la eternidad, para proponerle que aceptara ser la Madre de Su divino Hijo, nuestro Redentor, no podía estar sino dotada de todas las cualidades naturales y sobrenaturales, y por consiguiente de todas las virtudes.
Por eso, por medio de la aplicación anticipada de los méritos de la Redención, la Virgen María fue preservada, desde su concepción, del pecado original. Ese privilegio –inaudito y único- Dios lo quiso para Aquella en quien su Verbo debía encarnarse, “cuando llegó la hora de la plenitud de los tiempos”. María nació con la perfección de los dones naturales en todos los sentidos dados por el Creador a su criatura antes de la caída de Adán.
A sus dones naturales debemos agregarle las gracias del cielo! Y como en Ella ninguna debilidad personal debida al pecado original, ni incluso ningún pecado venial, han podido dificultar la recepción de la gracia de Dios, esos dones, en toda plenitud, van a irradiar su cuerpo, su alma y su espíritu hasta “llenarla de gracias”.
“Llena de gracias” pero libre, María ha debido, como toda criatura, practicar las virtudes morales y teologales.
Sin embargo, María permanece libre como Adán y Eva en el Paraíso y el “Sí” que le da a Gabriel, el mensajero de Dios, durante la Anunciación fue un “Sí” perfectamente libre, elegido y voluntario. Dios le propuso y María habría podido decir no... Pero ella dijo “Sí” , el sí de una obediencia absoluta (“que se haga según tu palabra”) ahí donde Eva, por desobediencia provocó la caída del género humano...
Así, “llena de gracias” pero libre, María debió, como toda criatura, ejercer las virtudes morales (es decir, naturales) y las virtudes teologales (es decir, sobrenaturales) (1) para caminar fielmente por la ruta que Dios le proponía y mantenerse, costara lo que costara, en esa fidelidad, a pesar de las inmensas pruebas que la llevarían hasta la crucificción de su propio Hijo en el Calvario...
Es, entonces, por vitud personal, en una elección libremente aceptada, que María dijo sí hasta el final de su vocación. En ese sentido, la Virgen María es, para cada uno de nosotros que queremos responder fielmente al llamado de Dios, un modelo a imitar. Ya que existe un plan de amor de Dios para cada uno de sus hijos... Y María, ella misma mejor que nadie puede ayudarnos a responder con un “sí” a ese plan de amor de Dios.
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(1) Hay que distinguir las virtudes cardinales –o las virtudes naturales que son 4: fortaleza, prudencia, templanza y justicia- de las virtudes teologales o sobrenaturales que nos han sido infundidas por la gracia de Dios: la fe, la esperanza y la caridad.
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