Ser justos ante Dios une.
José buscaba el querer de Dios (es lo que significa "ser justo": Mt 1,19). Aquí descubrimos un factor decisivo que une a María y José: ambos viven la obediencia de la fe que los apremia a ensanchar sus horizontes y a consentir a un designio que da una orientación nueva a sus vidas. María cierra su diálogo con el ángel diciendo: «he aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38); y José, secundando la indicación del ángel, acoge a María, pone al niño el nombre de Jesús y lo hace entroncar en el linaje de David.
La búsqueda de la voluntad de Dios puede deparar sorpresas, quizá obligue a redefinir papeles, pero podemos dar por seguro que compacta la unión. Ser justos ante Dios une.
Sentir lo mismo: también esto une.
Años más tarde el "niño" se queda en Jerusalén. María y José no caen en una tentación fácil de la vida en pareja: la de reprocharse uno a otro el problema que se ha creado; tal recriminación mutua no remedia nada y genera un nuevo problema. José y María buscan juntos y sufren juntos: «hijo -dirá María a Jesús- ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados» (Lc 2,48). Ambos esposos viven una intensa comunión de sentimientos, una zozobra compartida por la suerte del niño. Sentir lo mismo: también esto une.
El ejercicio compartido de la misión crea unión.
Hay, en fin, un nuevo motivo que crea unión: el ejercicio compartido de la misión. Tras hallar a Jesús en el templo, bajaron a Nazaret, y Jesús «siguió bajo su autoridad» (Lc 2,51). Hasta que alcance la mayoría de edad, vivirá bajo una autoridad que -lo dice el mismo nombre latino- "hace crecer". Es que sólo sabe mandar quien ha sabido obedecer. Y, como se ha visto, tanto María como José sabían obedecer.
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Tomado de : Pablo LARGO DOMINGUEZ,
María, microcosmos de relaciones,
Ephemerides Mariologicae, ISSN 0425-1466, Vol. 57, Nº. 1, 2007, pags. 67-100